Uhm... La cosa viene a ser una especie de ni sí ni no, sino todo lo contrario.

Veamos en primer lugar en lo que se suele pensar cuando hablamos de una fobia: Una reacción de miedo intenso ante un objeto o situación que, en sí misma, no es peligrosa o atemorizadora. Esa reacción de miedo hace que la persona fóbica no pueda aproximarse al objeto o situación temida sin sufrir una gran ansiedad.

Una situación de estrés agudo o un estímulo puntual doloroso puede provocar una fobia, pero también puede no provocarla. Y ahí está el agarrón de los pelos que se traen unos psicólogos con otros desde los tiempos de Watson (aquel tipo tan simpático que se dedicaba entre otras cosas a provocar fobias a niños).

Cuando los conductistas comenzaron a plantearse que dentro del cerebro también pasaban cosas y no todo podía explicarse sólo a través de estímulos y respuestas externos, se llegó a la conclusión de que el origen de una fobia estaba, no tanto en la situación en sí, sino en la vivencia personal que el afectado hacía de esa situación. Es decir, que si tres personas se quedan encerradas en un ascensor y dos de ellas se lo toman con calma, mientras que a la tercera le da un ataque de ansiedad (porque ha vivido experiencias similares desagradables antes, porque tiene normalmente una ansiedad elevada, porque le han contado cosas desagradables sobre parones en ascensores... las respuestas individuales pueden deberse a millones de cosas), es más probable que las dos primeras no desarrollen secuelas mientras que a la otra se le empiece a desarrollar una fobia a los ascensores que puede incluso, por generalización, terminar en claustrofobia.

Pero eso no es todo: para que una fobia se desarrolle completamente, hace falta que la persona, en ocasiones posteriores, ante la presencia del estímulo temido, cuando experimenta ansiedad o miedo, realice una conducta de evitación. Cuando, al alejarse (o directamente no ponerse en situación de percibir el estímulo, por ejemplo usando siempre la escalera), la ansiedad se reduce, se está produciendo un proceso de condicionamiento que hace que la persona aprenda e interiorice que a) los ascensores le hacen sentir mal, y b) huir de ellos le hace sentir bien. Mientras más veces la persona repita este patrón de conducta, más se irá afianzando la fobia, y se irá agravando, ya sea provocando una sintomatología más intensa o variada, o generalizándose a otros contextos que de alguna manera se asocian al primer estímulo fóbico.

O sea, que sí, las fobias pueden producirse inicialmente por una situación muy concreta, pero es necesario que la persona viva la situación como algo muy estresante o atemorizante, y que luego evite sistemáticamente el objeto o la situación temida, afianzando así el temor.

No sé si me habré dejado algo en el tintero, pero a rasgos generales es así, y yo me callo ya, que me lío, me lío, y tenemos otro ladrillo.

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Estoy entre la Luz y la Oscuridad, pero no importa, porque soy lo que hay entre la Luz y la Oscuridad.

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